Libro De Autoayuda Sundancer Del Autor De El Esclavo
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¡Ay canama!
¡Ay canama!
¡Ay canama!
¡Ay canama!
¡Ay canama!
–Gritaba una y otra vez sin querer parar– Estaba hincado frente a las
piedras, mi cabeza entre mis manos y mi cara pegada al lodo sin que nada
me importara.
–¡Ay canama!, ¡ay canama!, ¡ay canama!... –y mi voz sonaba como la de
un niño chiquito haciendo el berrinche de su vida. Sentía que las
palabras se cortaban en mi garganta y se rompían al salir de mi boca,
como los gritos desesperados de alguien que pide clemencia antes de ser
ejecutado.
Juan me buscó en la obscuridad y puso su mano en mi cabeza para
tratar de consolarme. Me incorporé y me aferré a su mano como un
náufrago que se ahoga y que de pronto encuentra algo que sabe que
evitará que se hunda.
–Aquí estoy contigo hermanito-. Me decía, Juan y me transmitía su
apoyo y su amor apretando mis manos llenas de lodo entre la suya. Él
también lloraba y no por mí, sino conmigo.
Iván seguía cantando y tocando los tambores, mis gritos y los
gemidos de Juan se unieron a la música y de pronto todo se convirtió en
una hermosa melodía llena de sentimiento. No había palabras, sólo
ruidos, golpes de tambor, llanto y palmadas en el suelo en perfecta
armonía. Era una bella sinfonía que salía de nuestros corazones y que
expresaba una profunda tristeza, un dolor puro y hermoso, ese dolor que
no viene de los pensamientos sino de aceptar nuestra insignificancia,
nuestra impotencia y de rendirnos a la voluntad del Creador.
Ese fue el momento en el que me di cuenta que ya no dependía de mí
el estar con mi hijita, que nunca había dependido de mí. Ese fue el
momento en el que comprendí que yo, al igual que ella, no soy más que
una plantita, una plantita que se creía el jardinero. Ese fue el momento
en el que acepté que ella no me necesitaba, que no soy yo el que cuido
de ella, que no decido por ella, que el gran jardinero del cielo había
decidido separarnos y que si me aferraba a ella, sólo sería para
marchitarnos juntos.
¡Puta madre! Cómo me dolió reconocerlo. ¡Puta madre! Como me dolió
renunciar a ella. Como me dolió darme cuenta que ella no me pertenecía.
Como me dolió reconocer que nada podía yo hacer por cuidar de lo más
hermoso que me había dado la vida. ¡Puta madre! ¡Ya no voy a poder estar
con Jordy! ¡Puta madre! –¡ay canama!, ¡ay canama!...
Iván fue bajando el ritmo de los tambores y el tono de su voz hasta
que todos nos quedamos en silencio y lo único que se oía era el vapor
que salía de las piedras y el sonido que hace mi nariz cuando termino de
llorar y no quiero que la cara se me llene de mocos.
–¿Todo bien hermanitos? –preguntó Iván como pidiéndonos permiso de continuar con la ceremonia.
–Todo bien, dijimos Juan, Pilar y yo.
–¡Aho mitacuye oyasin! –gritó por fin Iván.
–¡Puerta! –gritamos todos.
Así es como se da por terminada una ronda en
un temascal de tradición Lakota y las personas que están afuera saben
que es momento de levantar la lona que tapa la pequeña puerta. En ese
momento sale un poco de vapor y uno siente un gran alivio al poder por
fin respirar aire fresco, la temperatura disminuye rápidamente, se puede
ver el fuego ardiendo frente a la puerta, que mira hacia el este, y se
puede ver también a las personas encargadas de cuidar del fuego y de
llevar el agua y otras cosas al líder del temascal.
Esa noche estuvo lloviendo durante toda la ceremonia, yo me
imaginaba que todo el universo lloraba junto conmigo compartiendo mi
profundo dolor. El agua se filtraba por el piso de la pequeña tienda de
campar circular que forma el temascal, es por eso que todos los que nos
encontrábamos dentro estábamos cubiertos de lodo.
Juan se acercó a mí, apenas y nos podíamos ver las caras, muy
respetuoso me preguntó –Oye Paco... ¿qué quiere decir “ay canama”?
Seguro creía que se trataba de un grito ritual que había yo aprendido de
los indios Siux.
Yo me quedé un momento callado como para darme y después le
comenté- Así es como dice mi Jordy de dos años “¡Ay caramba!” cuando
algo la asusta o la sorprende.
Juan trataba con la poca luz que entraba por la puerta, de
adivinar en mi cara si decía la verdad o le estaba tomando el pelo.
Después de tres segundos de silencio todos soltamos una fuerte
carcajada.
–¡Ay canama! Gritó Juan.
– ¡Ay canama! Gritó Pilar
–¡Ay canama! Gritó al final Iván, que era el líder del temascal en
ese momento. Las personas de afuera se asomaban confundidas mientras
todos los de adentro reíamos descaradamente.
La hijita de Iván se acercó a la puerta y con voz temerosa le
comentó que estaba asustada y que ya no quería participar en la
ceremonia. –¿Qué les estás haciendo papi? –le preguntó preocupada–, los
oigo gritar, llorar y después se ríen como locos.
–No pasa nada preciosa –contestó Iván para tranquilizarla–. Así es
la vida cuando la vives intensamente: a veces lloras, a veces ríes, a
veces te duele, en un momento estás abajo y en un momento estás arriba.
–¡Qué hermoso es estar vivo, chingao! –gritó Juan emocionado.
–¡Es de poca madre! –grité yo–. Con dolor y con todo, ¡quiero estar
vivo! ¡Gracias Señor por mis miedos, por mis lágrimas, por mi dolor,
gracias Señor por Jordy y por esta gente tan hermosa!
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